La Casa de Ejercicios Espirituales de los SS. Juan y pablo

P. Tito Paolo Zeca

Durante la presencia de los religiosos Jesuatos en la casa de los Ss. Juan y Pablo (1440-1668) fue llamado el padre jesuita Luis Gonzalez en el mes de marzo de 1555 para predicar ejercicios espirituales al abad Jerónimo Martinengo quien había sido nominado nuncio apostólico.

Sin embargo, el convento celimontano recibirá ejercitantes de manera estable solo a partir de la llegada de los PP. Lazaristas (o de la Misión) en 1697. Las tandas de ejercicios estaban reservadas más que nada a los jóvenes religiosos o para algunos otros ejercitantes que buscaban la soledad del Celio evitando así el ruido de la casa de ejercicios de estos padres que se situaba en la Curia Inocenciana del Montecitorio.

Con la llegada de los Pasionistas, el 9 de diciembre de 1773, guiados por el mismo fundador, San Pablo de la Cruz, la casa celimontana se convirtió en la sede central del instituto, pero esto no impidió que se desarrollaran otros ministerios propios de la Congregación tanto en la ciudad como en el campo romano.

En seguida se reservaron habitaciones para los ejercitantes y después todo el piso que da al Norte. San Vicente María Strambi (+1824) superior del retiro, redactó el primer reglamento para los ejercitantes que se inspiraba en el estilo y los contenidos de los ejercicios ignacianos.

Los superiores eligieron siempre los mejores directores y predicadores para la realización de este ministerio tan importante y cualificado.

Con la restauración de la Congregación, querida por Pio VII después de la supresión napoleónica (26 de junio de 1814), el ministerio de los ejercicios espirituales en el Celio conoció un periodo de gran esplendor. Ya en 1815 se recibieron 263 ejercitantes. En estos años frecuentó la casa asiduamente Juan María Mastai, el futuro beato Pío IX (+1878).

La abundante documentación existente atestigua la frecuentación de esta casa pasionista para recibir ejercicios espirituales durante los siglos XIX, XX y hasta nuestros días.

Dos beatos predicaron a los varios ejercitantes en los periodos de adviento y de cuaresma-pascua a mediados del siglo XIX ellos fueron el p. Domingo Barberi (+1849) y el p. Lorenzo Salvi (+1856).

También se realizaban ejercicios para niños que se preparaban a la primera comunión; tenemos varios testimonios que afirman haber quedado con un recuerdo indeleble de esos días. Los participantes de los ejercicios eran de varios estratos sociales, sobre todo en el siglo XIX, tanto laicos como eclesiásticos, gente de la nobleza y de origen humilde y de diversas profesiones. Todos tenían en común el deseo de escuchar la Palabra de Dios, sobre todo, meditando las Máximas Eternas y la Pasión de Jesús bajo la guía de expertos predicadores pasionistas. Era común el coronar los ejercicios espirituales con la confesión y la comunión sacramental.

Participaron a los ejercicios espirituales del Celio una nutrida fila de santos, beatos y siervos de Dios. Entre estos tenemos a: San Julián Eymard, San Gaspar del Búfalo, San Antonio María Giannelli, San Vicente Pallotti, el beato Antonio Rosmini, los papas, como el ya citado Pío IX, León XIII, Juan XXIII, Pablo VI y Juan Pablo I.

Desde fines del siglo XVIII y por todo el XIX las tandas de ejercicios se fueron reservando a varias categorías como sacerdotes, religiosos y laicos comprometidos. Después del Concilio Vaticano II la casa se abrió también a religiosas, laicas y numerosos grupos eclesiales.

Muchos han venido al Celio provenientes de los múltiples colegios romanos para realizar los ejercicios espirituales en preparación a diversas órdenes sagradas. Entre estos tenemos al ya citado Juan XXIII, Roncalli, quien escribió sus recuerdos en las páginas inolvidables de su Diario del Alma.

La casa de ejercicios espirituales del Celio, renovada recientemente según los criterios de la mejor privacidad, es una de las más antiguas de la Urbe. Desde la llegada de los Pasionistas en 1773, siempre se han acogido a personas deseosas de vivir, en un clima de silencio y de recogimiento, una experiencia fuerte del espíritu según las características propias de la espiritualidad de la Congregación de la Pasión.